jueves, 4 de abril de 2013

10ª ENTREGA


La Semana Santa terminó como empezó: pasada por agua.
El Domingo de Pascua amaneció  de color gris, un gris plomo, un gris de “panzaburro” según el amigo Tomás que cada domingo de Pascua acude acompañado por su esposa Consuelo a celebrarlo con un gazpacho, tortillas de espárragos y de papas, un buen queso y, por supuesto, el tradicional lomo de la matanza, a la huerta de Paco Sopa. Allí también acudimos los vecinos de la huerta de enfrente, Josefa insiste e insiste en que vayamos a comer con ellos, y es que le gusta sentirse rodeada por la gente que sabe que la queremos. 

Las mañanas de los Domingos de Pascuas deberían ser  soleadas, luminosas, alegres, de colores limpios y cielo azul, pues bien ni en el Jueves Santo se cumplió la tradición de: ”Hay tres días en el año que brillan más que el sol: El Jueves Santo, el Corpus Cristy y el día de la Ascensión”

Piedad y su grupo de amigas había planeado celebrar la pascua saliendo al campo, es lo propio y más típico, reunirse en torno a la cazuela de gazpacho, las tortillas, el lomo, el queso y alguna que otra exquisitez, que para destacar de los demás, se aporta al grupo. Piedad llevaría unas croquetas, de espinacas con piñones, que su madre le había preparado con esmero a sabiendas que tendría que compartirlas.  Lástima que el mal tiempo truncase todos los planes, pero cualquiera acudía a la Luná, a la Piedra Resbaliza... Aquel endiablado mal tiempo dio al traste no solo con los planes de Piedad, sino con todos los que tenían previsto celebrar el Domingo de Pascua como Dios y la costumbre mandan. Los bollos de pan con el huevo cocido y los rosquetes redondos y blancos habría que comérselos al calor del brasero o de la chimenea.

Para Piedad  la oportunidad de llegar a algo más con Ramón se complicaba, ahora ya no sabía como promover un acercamiento a él y comprobar que su “tufo” a aguardiente mañanero se había disipado, que su olor continuaba siendo el que tenía la noche de la procesión de los carcañales... Olía a zandaula y mastranto, un olor a huerta, a camino y a orilla de regajo. En sus fantasía había evocado insistentemente como sería el roce de sus manos ásperas, de hombre de tierra, sobre  la carne trémula, tersa y suave de su cintura.



La noche del sábado, cenando, tuvo que aguantar advertencias y más advertencias tanto de su padre como de sus hermanos, en definitiva, todas ellas para decirle que se andase con cuidado con Ramón, que aún era muy joven para atarse a la disciplina de un hombre, y más de un tipo como Ramón que iba presumiendo de hombría y de dote, todo porque tenía una huerta en La Ribera,  un rebaño de ovejas que pastoreaba por Las Pizarras, varias senaras de secano en Santa María y en Pedro Cobos,  y dos olivares en Los Matorrales... Este era todo su capital, claro si no lo desheredaba su padre que andaba ya retirado y frecuentaba las partidas de cartas en la Campanera, el padre de Piedad lo conocía bien, él también frecuentaba aquellas timbas en las que no solo se apostaba el dinero sino también otros capitales. Ella, casi sin levantar la mirada del plato de repápalos con leche que estaba comiendo, de soslayo, miraba a su madre como buscando en ella apoyo y defensa, y efectivamente la madre saltó diciendo:

- ¡Ya está bien... Dejad a la muchacha que disfrute de los repápalos!... De sobra sabe ella que es muy joven para andar ennoviandose.

 Piedad soltó la cuchara, miró a su padre y a la vez, dirigiéndose a su madre dijo:
- Mamá... ¿Cuantos años tenías tú cuando comenzaste a salir con papá?

La madre, tambien soltó la cuchara, acercó la servilleta a los labios, y en un tono temeroso, como dándole vergüenza, dijo:

- Doce.
Piedad, entonces miró a su hermano mayor y dijo antes de levantarse de la mesa:

- !Eah... pues ya llevo casi tres años de retraso!

El Padre sintió por debajo de la mesa una patada de Josefa que le hizo refrenar su impulso de levantarse e increpar a  Piedad  por aquella contestación.

Piedad, tras un silencio intencionado, se acercó nuevamente a la mesa trayendo la cacerola donde había más repápalos y dijo con voz socarrona y autoritaria:

- Queréis más... yo me voy a comer otros dos... están tan ricos... ¡Nadie hace los repápalos tan buenos como tú mamá!

Solo  uno de sus hermanos le pidió que le echara un chorreón de leche en el plato.

Piedad ni se acordaba de lo sucedido en la cena, ahora estaba más preocupada por encontrar una posible alternativa para celebrar el Domingo de Pascua y que todas sus cábalas  se cumpliesen. En esto, su amiga Carmen llegó con Luis,  Josefa les dijo:

- Pasad, pasad adentro, quitaros del umbral que os vais a poner empapados...

-¿Empapado?... ¡Como una sopa venimos!  -Dijo Luis.

-Piedad que hemos pensado que nos podemos ir a comer a la huerta de Ramón. Tiene Chimenea y una cocina muy grande conde cabemos todos, sus padres están de acuerdo en que vayamos y que celebremos allí el Domingo de Pascua. Dijo Carmen con voz temerosa, lo dijo delante de la madre de Piedad, el padre, que en ese momento salía del comedor para asomarse a ver si aún llovía, también escuchó aquella propuesta y se detuvo a la espera de escuchar la respuesta de piedad.

- No sé... no sé ¿La huerta de Ramón no está muy lejos?... No sé si mi padre me dejará ir.

- No os preocupéis yo os acerco con el coche, no está tan lejos, lo peor es que el camino del Anaón esté to embarrao... pero bueno como está lloviendo ya se le irá el barro al coche.

A Piedad se le iluminó la cara y una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su cara. En ese momento recordó la conversación de la cena, se llenó de satisfacción al comprobar que el reproche que había lanzado había surtido efecto en su padre.

Madre, hija y Carmen entraron en la cocina a preparar un canasto con la comida que Piedad tenía preparada para llevar, mientras, el padre y Luis echaban un cigarro mirando como por la calle Olivo corría el agua y el aire hacia temblar las persianas de varillas de madera de la ventana del doblao de la casa de enfrente. 

... CONTINUARA....

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