La Semana Santa terminó como empezó: pasada
por agua.
El Domingo de Pascua amaneció de color gris, un gris plomo, un gris de
“panzaburro” según el amigo Tomás que cada domingo de Pascua acude
acompañado por su esposa Consuelo a
celebrarlo con un gazpacho, tortillas de espárragos y de papas, un buen queso
y, por supuesto, el tradicional lomo de la matanza, a la huerta de Paco Sopa.
Allí también acudimos los vecinos de la huerta de enfrente, Josefa insiste e
insiste en que vayamos a comer con ellos, y es que le gusta sentirse rodeada
por la gente que sabe que la queremos.
Las mañanas de los Domingos de Pascuas deberían ser soleadas, luminosas,
alegres, de colores limpios y cielo azul, pues bien ni en el Jueves Santo se
cumplió la tradición de: ”Hay tres días en el año que brillan más que el sol:
El Jueves Santo, el Corpus Cristy y el día de la Ascensión”
Piedad y su grupo de amigas había planeado
celebrar la pascua saliendo al campo, es lo propio y más típico, reunirse en
torno a la cazuela de gazpacho, las tortillas, el lomo, el queso y alguna que
otra exquisitez, que para destacar de los demás, se aporta al grupo. Piedad
llevaría unas croquetas, de espinacas con piñones, que su madre le había
preparado con esmero a sabiendas que tendría que compartirlas. Lástima que el mal
tiempo truncase todos los planes, pero cualquiera acudía a la Luná, a la Piedra
Resbaliza... Aquel endiablado mal tiempo dio al traste no solo con los planes
de Piedad, sino con todos los que tenían previsto celebrar el Domingo de Pascua
como Dios y la costumbre mandan. Los bollos de pan con el huevo cocido y los
rosquetes redondos y blancos habría que comérselos al calor del brasero o de la
chimenea.
Para Piedad
la oportunidad de llegar a algo más con Ramón se complicaba, ahora ya no
sabía como promover un acercamiento a él y comprobar que su “tufo” a
aguardiente mañanero se había disipado, que su olor continuaba siendo el que
tenía la noche de la procesión de los carcañales... Olía a zandaula y
mastranto, un olor a huerta, a camino y a orilla de regajo. En sus fantasía había evocado insistentemente como sería el roce de sus manos ásperas, de
hombre de tierra, sobre la carne
trémula, tersa y suave de su cintura.
La noche del sábado, cenando, tuvo que
aguantar advertencias y más advertencias tanto de su padre como de sus
hermanos, en definitiva, todas ellas para decirle que se andase con cuidado con
Ramón, que aún era muy joven para atarse a la disciplina de un hombre, y más de
un tipo como Ramón que iba presumiendo de hombría y de dote, todo porque
tenía una huerta en La Ribera, un rebaño
de ovejas que pastoreaba por Las Pizarras, varias senaras de secano en Santa
María y en Pedro Cobos, y dos olivares en
Los Matorrales... Este era todo su capital, claro si no lo desheredaba su padre
que andaba ya retirado y frecuentaba las partidas de cartas en la Campanera, el
padre de Piedad lo conocía bien, él también frecuentaba aquellas timbas en las
que no solo se apostaba el dinero sino también otros capitales. Ella, casi sin
levantar la mirada del plato de repápalos con leche que estaba comiendo, de
soslayo, miraba a su madre como buscando en ella apoyo y defensa, y
efectivamente la madre saltó diciendo:
- ¡Ya está bien... Dejad a la muchacha que
disfrute de los repápalos!... De sobra sabe ella que es muy joven para andar
ennoviandose.
Piedad
soltó la cuchara, miró a su padre y a la vez, dirigiéndose a su madre dijo:
- Mamá... ¿Cuantos años tenías tú cuando
comenzaste a salir con papá?
La madre, tambien soltó la cuchara, acercó la
servilleta a los labios, y en un tono temeroso, como dándole vergüenza, dijo:
- Doce.
Piedad, entonces miró a su hermano mayor y
dijo antes de levantarse de la mesa:
- !Eah... pues ya llevo casi tres años de
retraso!
El Padre sintió por debajo de la mesa una
patada de Josefa que le hizo refrenar su impulso de levantarse e increpar a Piedad por aquella contestación.
Piedad, tras un silencio intencionado, se
acercó nuevamente a la mesa trayendo la cacerola donde había más repápalos y
dijo con voz socarrona y autoritaria:
- Queréis más... yo me voy a comer otros
dos... están tan ricos... ¡Nadie hace los repápalos tan buenos como tú mamá!
Solo
uno de sus hermanos le pidió que le echara un chorreón de leche en el
plato.
Piedad ni se acordaba de lo sucedido en la
cena, ahora estaba más preocupada por encontrar una posible alternativa para
celebrar el Domingo de Pascua y que todas sus cábalas se cumpliesen. En esto, su amiga Carmen llegó
con Luis, Josefa les dijo:
- Pasad, pasad adentro, quitaros del umbral
que os vais a poner empapados...
-¿Empapado?... ¡Como una sopa venimos! -Dijo Luis.
-Piedad que hemos pensado que nos podemos ir
a comer a la huerta de Ramón. Tiene Chimenea y una cocina muy grande conde
cabemos todos, sus padres están de acuerdo en que vayamos y que celebremos
allí el Domingo de Pascua. Dijo Carmen con voz temerosa, lo dijo delante de la
madre de Piedad, el padre, que en ese momento salía del comedor para asomarse a
ver si aún llovía, también escuchó aquella propuesta y se detuvo a la espera de
escuchar la respuesta de piedad.
- No sé... no sé ¿La huerta de Ramón no está
muy lejos?... No sé si mi padre me dejará ir.
- No os preocupéis yo os acerco con el
coche, no está tan lejos, lo peor es que el camino del Anaón esté to
embarrao... pero bueno como está lloviendo ya se le irá el barro al coche.
A Piedad se le iluminó la cara y una sonrisa
de oreja a oreja se dibujó en su cara. En ese momento recordó la conversación
de la cena, se llenó de satisfacción al comprobar que el reproche que había lanzado
había surtido efecto en su padre.
Madre, hija y Carmen entraron en la cocina a
preparar un canasto con la comida que Piedad tenía preparada para llevar,
mientras, el padre y Luis echaban un cigarro mirando como por la calle Olivo
corría el agua y el aire hacia temblar las persianas de varillas de madera de
la ventana del doblao de la casa de enfrente.
... CONTINUARA....
... CONTINUARA....
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