14ª ENTREGA (LA MARIMANTA I)

----- LA MARIMANTA (I)

Piedad parecía no escarmentar. El castigo impuesto por su padre tras lo sucedido en la huerta de Ramón el Domingo de Pascua, más que castigo lo tomo como el principio de una nueva correría que sería el principio de su venganza. pensaba que no debía someter a escarmiento a los que le habían prohibido relacionarse con él, ni siquiera podía mirarlo, así se lo exigió su padre en el tono más amenazante que había escuchado.
 Ya había pasado casi un mes y apenas se acordaba del mozo, por si recordaba el ímpetu de aquella mano fuerte y áspera que parecía arañar las partes más intima de sus piernas y su torso, sus carnes más tiernas que fueron sometidas a un fuego lento, tan lento que en vez de quemar parecía enfriar el instinto y convertir el desasosiego interior que sentía en una sensación tan dulce como la miel de abeja.  Ahora debía acompañar todos los días a su madre y a su tía a misa de víspera, era el castigo impuesto.  Tras cuatro o cinco días de rezo de rosario y novena a la Virgen de la Cruz, le llegó el aburrimiento. Su mente comenzó a entretenerse en idear aquella revancha.

La tranquilidad cotidiana y monótona del pueblo parecía malgastarse en conjeturas y suposiciones que los vecinos relataban de mostrador en mostrador y de esquina en esquina. En los bares de la plaza no se hablaba de otra cosa, ni en los ultramarinos, ni en la esquina de la calle Llerena. Unos y otros, de acuerdo con sus entendederas, parecían temer incluso por sus vidas y, sobre todo, por la seguridad de sus casas, pues lo que estaba pasando en el pueblo no podía ser más grave ni más misterioso.
Desde que Hipólito lo contó de oreja en oreja, casi a diario en la esquina de la calle donde estaba su comercio,  se reunían  un corro de hombres y alguna mujer, entre ellos el alcalde, algún concejal,  varios vecinos de saber y de carrera, y algunos más con fama de chismoso y boca grande, con el objeto escuchar todas las opiniones y proponer la manera de acabar con aquello que llenaba a todos de espanto y era capaz de  sacar los miedos de unos y otros fuera de sí.

Todos, incluido el padre de Piedad, lo habían visto. Unos por alguna rendija de la puerta de la calle, otros por la mirilla, los que más a través del hueco redondo de la cerradura cuando le falta el hierro de la llave. Incluso desde la ventada de algún doblao o la barandilla de alguna azotea había divisado aquello que les causaba pavor y les producía desasosiego en el espíritu y ausencia de sueño.
Piedad participaba del aquel estado de nerviosismo colectivo, opinaba como una vecina más y aprovechaba para crear opinión y más miedo. De sobra sabía ella lo que sucedía y porqué. Fue ella la que propuso que nadie saliera de sus casas después de la salida de misa de ocho, y que los hombre siempre fueran de dos en dos o de tres en tres a  la salida de la bar.
De aquellas reuniones en la esquina de la calle Nueva, ni de otras que se celebraban en la puerta del ayuntamiento, de la posada, en El Pilar o en El Parral, no salían propuestas ni remedios que estimasen válidas. No se ponían de acuerdo en las disparatadas ocurrencias ni en las endemoniadas reflexiones que unos y otros hacían.
Piedad aprovechaba cualquier conversación, ya fuese con sus amigas o en los corrillos que se hacían entre vecinas, para –sibilinamente- incitar al desconcierto y poner temores y miedos entre el pellejo y la carne de quienes se santiguaban al pensar en aquella aparición. Para ella era un divertimento, se ría por lo bajini, tanto de los medrosos vecinos como del fantasmón que ella sabía bien quien era porque estaban de acuerdo en aquella maquiavélica simulación de apariciones.
Todos coincidían en lo principal:… Aquello no era una persona, ni tan poco un bicho, sino un ánima huida de las mismas puertas del infierno, porque vestía todo de blanco, tenía, por lo menos, quince ojos de fuego, sus huesos sonaban a caña rota y su voz era débil que causaba espanto y escalofríos.

Tanto los vecinos como las vecinas  no se ocupaban de otra cosa. En los pueblos chicos ya se sabe hay alguna que otra comadre aficionada a relatar chismes y cuentos, y si estos ya existen, se encargan de versionarlos con el afán de sentirse protagonistas de las historias que mal cuentan. Lo cierto es que aquello, fuera lo que fuera, era el dueño del pueblo desde la caída del sol hasta el amanecer. Aquella situación no podía prolongarse por mucho más tiempo, el que más y el que menos, despierto en sueños, rara era la noche que no imaginaba, o incluso veía, la aparición de aquel desconocido engendro.

El Sr. Alcalde siempre decía que él como alcalde y vecino era el más interesado en acabar con aquella criatura infernal. Convocó un pleno extraordinario abierto a todo el pueblo, cuando la sala estaba repleta de vecinos les dijo:
-          Vecinos esto no pué seguir asín, porque pa nosotros el día ya no tiene mas horas que las que van de sol a sol. Paece mentira que eso nos tenga tan asutaos, y como nadie anda tranquilo esta noche ha de quear el pueblo limpio de él. Pa ello sus reunís tos los zagales y les rompís el alma… Que resulta ser un bicho, pues a garrotazo limpio con él, que resulta ser persona no dejarle un hueso sano… que con una güena esnsalá de palos juye de golpe.
Al terminar aquella arenga, una voz, la de Piedad se alzó sobre el murmucho y le dijo:
-          ¿Y usted Sr. Alcalde no va a ir los los mozos a enfrentar al monstruo?
-          Hombre.. Yo… Pero en fín… sus presidiré.
Aquel Pleno Municipal terminó cuando acordaron la hora y el sitio para que todo el que quisiera, no siendo menor ni mujer,  pudiera participar en aquella especie de cacería a ciegas. Cada cual salía del Ayuntamiento a sus que menestere diarios, las comadres de más peso refiriendo historias de apariciones, las muchachas casaderas temiendo por sus novios no fuera a llevárselos el fantasmón, los más viejos poniendo en duda la autoridad del alcalde, y éste y los mozos en busca de buenas varas de granao, no sin sentir repeluzno y tiritera al imaginar lo que se les venía encima, porque, según todos los indicios, el enemigo al que habrían de enfrentarse no era de carne y hueso como ellos, y sabe Dios las armas que llevaría para defenderse.

………Continuará.

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