3ª ENTREGA



Hoy el día, como casi todos los días de finales de marzo, ha salido soleado pero con viento. Nuevamente llega al  Atrio procedente de la calle Conejo, se junta con el que baja del callejón que ahora se llama calle San Pedro, viene a ras del suelo y en una ráfaga junta los papelillos, haciendo un remolino, en la esquina de la calle El Guijo... Y otra vez se escapa hacia la calle Llerena, barriendo la calleja del Tupío,   buscando las alamedas de la ribera. 
Piedad se incomoda y dice a su madre:
-¡Cucha el aire...!, ¡Pos no que paece que le han abierto las puertas del cercao y llega con prisas!...¡Que ganas de que llegue el buen tiempo!
-No te hagas la remolona y ve a si Carmelo tiene cazón fresco y te traes un cuarto.
-¿Otra vez sopa de pescao?... ¡Pero madre si la comimos tresantié!
-¡Me dá igual!... como si las comistes anteayer, es lo que hay... ¡Venga vete ya y no te tardes que hoy tu padre está aquí antes de las dos, y ya sabe como es... Que como llegue y no huela a comida se pone a gruñí como un guarrino chico. Toma una peseta y tres rales, con eso te sobra.
Piedad, con el desgano propio de una muchacha de su edad, atraviesa el umbral atusándose el flequillo y poniéndose bien los calcetines, en esos momentos siempre piensa que pronto -ya mismo- en vez de calcetines llevará medias, y que en vez de una trenza en el pelo lo llevará mas corto y suelto. Se le escapa un suspiro con el anhelo de ese pensamiento que se le repite en su cabeza cada vez que sale a hacer los mandaos.
Cuando bajaba la calle una serpentina de aire le levanta la falda, reacciona dándose media vuelta y llevándose las manos a las rodillas para sujetar la tela de la falda y que no ondee como bandera. Se escuchan risas... Es Mariquita la mujer de señor Paco el de la dita, la que desde le zaguán se percata del detalle y no puede evitar la carcajada.
-¡Si ríete!... Dile a la Cheli que venga conmigo que voy a comprar pescao.
-No, hasta que no termine de barrer no saldrá a la calle...!to el día en la calle... si por vosotros fuera os pasabais to el santo día pingoneando Dios sabe por dónde... Que muchachas estas!
-Bueno, dile que vengo encuanti me despachen y le ayudo a barrer el corral.
Al llegar a la plaza, por la esquina del herradero, se escapa el humillo y el olor a frito de los jeringos que hace Josefa la de la posá, la hermana de Genara, que además de hacer perrunillas, gañotes, flores de miel y rosquetes, también hace churros con su hermana. Esperando la vez están tres o cuatro vecinas poniéndose al día de los últimos acontecimientos locales, hablan de la romería de San isidro, porque -con tiempo- han de irse poniendo de acuerdo en organizar el día en el campo. Sobre el acerao, que se levanta por lo menos tres o cuatro palmos del nivel del suelo de la plaza, se ordenan los puestos de los hortelanos. Allí esta Antonia la mujer de José María Casaquilla, tiene sobre la manta unos manojos de espinacas con las hojas tan verdes como el laurel y las raíces tan rojas como la piel de los rábanos, da gusto verlos. Más abajo María Marquez, la muejer de José Bancho, hoy trae repollos, coliflores y culantro fresco para los guisos de habas. Le sigue el puesto de María Fernanda, la mujer de señor Antonio Ramos, hortelana de toda la vida que tiene una hermana que se llama Rosita y es ciega porque una mula le dió una patada en la frente.  Después esta el tenderete de Carmelo, con sus cuatro cajas de pescado, tiene unas sardinas grandes y plateadas que Piedad , cuando las mira, piensa que así debe ser la cola de la Cantamora,  la  sirena de agua dulce que tiene leyenda propia entre los usagreños. Delante de su turno hay dos vecinas que, mientras Carmelo limpia unos boquerones, hablaban de la enfermedad  de la cuñada de una de ellas... Le decía Marina a la Quión:
-Andispues dicen que en la residencia de Badajó hay malos médicos, si a la probecita cuando llegó entumía de dolores no le hubieran hecho caso ahora estariamos de velatorio.
A lo que su tertuliana, le contesta, sin quitar ojo a las manos del pescadero:
-Pos menos mal que Don Francisco se percató en cuanto le puso el ojo encima que era un cólico de esos malos...
Terminando la frase vieron de que Piedad estaba al lado, la miraron y comentaron:
-Hija... Buenos días, que as llegao y no ha dicho ni mu.
-No he querido interrumpir vuestra conversación... pero es es verdad que no he dicho buenos días... ¿Y que se sabe de Joaquina... Ya está mejor?
No quiso explicarles que cuando llegó Carmelo, el pescadero, le sonrió y ella se puso nerviosa.
Cerca de la esquina de la calle Santa Ana ,  frente al Bar de Rubio, estaba el puesto de un hojalatero, tenía moldes de magdalenas, flaneras y latas para cocer dulces en el horno... O asar pimientos; también vendía unos cantaritos chicos para el aceite y cambiaba dos medidas de garbanzos por una de garbanzos tostados. En el lado opuesto de la plaza, que no es más que un espacio largo donde confluyen seis calles y hay una fuente, donde está el actual ayuntamiento, había una casa que hacía las veces de cárcel del pueblo, allí atada la la reja de una ventana, está la burra de pelo casi blanco de Tiracharcos,  Pilar, su mujer la trae todos los días al pueblo cargando tres cantarillos y para hace su ronda por las calle, despechando a domicilio la leche fresca, ordeñada esa misma mañana de las cuatro vacas que pastan en las lindes de las huertas con la Rivera. Pilar es una mujer de mucho genio, bajita, regordeta, "bien escamondá", como dirían las vecinas de la calle Convento, que son sus principales clientas.
El rumor del agua cayendo desde los caños al pilón de la fuente, ponía música de domingo a toda la plaza. Algunos hombres, los que no habían tenido la suerte de salir al campo, hacían corros en la puerta del cine de manolo Moreno, otros en la puerta del bar  La Campanera, hoy el bar de Camilo y el de Tabarrera están cerrados, esta mañana, aprovechando un viaje de Sr. Vilano el taxista, se han ido a Zafra... ellos sabrán a qué. 
A Piedad todo aquel panorama le parece cotidiano y normal, no se ha dado cuenta que desde la ventana indiscreta del bar de Rubio alguien la observa... Quizás esté pensando como hacer para provocar un encuentro fortuito con ella, eso sí en algún lugar más discreto y menos concurrido que la plaza. Piedad espera su turno para comprar el pescado, mientras, se entretiene observando como Quiquina, la hija de Juan el Corchas, llena una cántaro de agua en la fuente, y como una mujer desgalbada, vestida de negro, viene calle abajo llamando a las casas, espera en la puerta un rato, si le abren pide una limosna o alguna sobra de comida, y si no le abren sigue su ruta y llama a la puerta de enfrente... Es la muda, de sobra conocida en el pueblo, hasta tal punto que es utilizada para amedrentar a los más pequeños cuando se revelan o no quieren comer...!Que llamo a la muda!... !Tu verá como venga la muda"... !No si tendré que darle una voz a la muda para que venga a darte de comer!... frases como estas eran repetidas por impacientes madres y abuelas para "entrar por verea" a los mas pequeños.
También había en el pueblo otra mujer que imponía con su presencia, una mujer con una historia de desencantos, quebrantos y abandonos, era María "La Loba", pero eso es parte de otra historia, que puede, o no, que se cruce con la de Piedad. 

... Continuará...


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