6ª ENTREGA



-¡Que tarde tan entretenía, mejor que escuchando la novela!
-¿Y eso?...¿Que ta contao tu tia?
-Nooo... naa... Hemos estao imaginando cosas...
-Me extraña, con lo sopisanguina que es Maria que hayais estao imaginando... Más bien os habeis puesto las botas de critiar a alguien....me lo estoy imaginando, seguro que les ha tocao a las pobres de tus tías.... sí, sí, no me mires así, que he dao en el clavo... lo veo en tu mirar...
-¡Que lista, por Dios!... ¿Has estao escuchando endetras de la puerta..?
-¡Estado... Destrás!
-Si, si... ponte fina y redicha pa disimular.
-Es que os conozco... y como sea asin...te mereces un buen alpargallitazo... Está tu mu pendiente de tus tias...
-Po como tu quiera... me voy al doblao a entretenerme dándole vueltas a las papas pa que no se pudran...porque... porque sino... Vamos a salí peleá y encima cuando venga padre me llevaré también su refregonazo.

Piedad, se acomodó en una manta vieja redoblada varias veces y sentada a la orilla del montón de patatas comenzó a moverlas una a una, sin prisa. En su cabeza comenzaba a proyectarse una película que ella inventaba, el protagonista era un joven, alto, moreno, rudo, con manos grandes y más grande aún de caderas. Vestía una mayas negras ajustadas al contorno de sus carnes, ella, comiéndose las uñas, clavaba sus ojos en aquel hombre que se burlaba de la muerte en las alturas, mientras, a pié de pista,  los tambores redoblaban a tragedia, a susto, a impresión repentina, al ruido que hacen los cascos de caballos sobre el empedrado mojado de la calle en una  noche lluviosa. Tras esta figuración, se puso en lugar de la historia que su tía Margarita estaba recordando a cerca de la señora Amparo.
-Pobre Amparo, pensó Piedad mientras se la imaginaba vestida. como a ella le gustaría ir vestida a una función de circo...
Amparo se enteró de que al funambulista no le importaba caer al suelo. Su existencia, en realidad, no era otra cosa sino una ficción, un número más del espectáculo circense, una actuación que aventajaba a la  del enano liliputiense que sacaba, del bolsillo de su pantalón, un centenar de salamandras y las hacía bailar sobre un globo de cristal.
Continuaba imaginando Piedad que por el circo se comentaba que el funambulista había perdido las ganas de vivir desde que la gitana, que echaba las cartas de amor le confesó, como a un cliente más,  durante una tarde de luceros parejos, que huiría lejos del circo con Pepe, “El Chicuelo”,  el brinquiño que se transformaba en águila en el trapecio más alto y era, a la vez, el hombre bala que se dejaba disparar noche si, noche no, sobre la cubierta de lona de la pista central.
Fue en ese momento cuando Piedad -y Amparo- se enamoraron de él, y él no podía saberlo. Su amor, el de Piedad, era un amor de circo, y día tras día, durante un rato iría a su encuentro, a la imaginación de su encuentro en el doblao... Por encima del madero mas alto estaba el alambre, fino, liso, frío... tan fino como el hilo de seda de los gusanos, tal liso como el tiempo que cada vez se le hacía más breve... Las patatas, que había que mover para evitar que se pudriesen, cada vez eran menos y tardaba menos tiempo... Tan frío como el carámbano, que en las mañanas de enero hace del agua de la panera de lavar un espejo donde sel sol se refleja hasta derretirlo. Piedad, descubrió en silencio, como todas las muchachas de su edad que enamorarse era sentir un leve cosquilleo en la barriga y a la vez unas ganas irreprimibles de entornar los ojos y suspirar sin hacer ruido. Le gustaba aquella sensación pero después, inexplicablemente pensaba que hacía mal, y se le venía a la mente una estampa de la Virgen del Carmen con las Ánimas Benditas quemándose en el pulgatorio... !Como se entere Don Fernando!... Pero ella, como Amparo, seguía imaginando... En una ocasión, cuando las palomas echaron a volar ruidosamente entre el público, se acercó a él, temblando desde la cabeza hasta los pies, clavó su mirada en Armando y sus ojos se llenaron de lágrimas.
¡Armando!, ¡Armando !... No conocía en el pueblo ningún hombre con aquel nombre, así que decidió llamarlo así... Se atrevió a imaginar que, en algún momento de su vida, aparecería el hombre que se llamara así, eso sería la señal que ese hombre sería su amor, el hombre para toda la vida que desean todas las mujeres. En esos momentos Piedad dejaba de ser ella y se convertía en el gato de sus tías cuando simulaba morir, y, patas arriba, esperaba su resurrección como Lázaro. 
Cruz de los Caidos  en Usagre
Él, Armando, tenía la mirada apagada y las cejas pintadas con carbón. Ella, Amparo, imaginó Piedad, era la imagen de una mujer aparecida detrás del cristal de una ventana empañada por la niebla de la noche. Le dijo que lo amaba, y le pidió que fuese con cuidado, que no se fuese a resbalar, que no pisara en el falso aire, que el aire era envidioso, vengativo e imprevisibles, y que  era capaz  de engañarlo, de hacer agujeros por donde podía caerse.
Yo no moriré en la pista. Comenzó a decir Armando, y continuó:  Sino en una habitación de una casa con los techos altos, muy altos  y ventanas sin rejas, una casa cerca de alguna plazoleta con una Cruz  en recuerdo de los caídos por España y por Dios... En una habitación con olor a cataplasmas y a mixturas  de plantas arrancadas de raíz de algún peñascal donde el olivo y las culebras sean sus únicos habitantes. Agonizaré en un catre de hierro pintado de azul, y en la cabecera tendré un cuadro con la imagen de piedra de la Virgen de la Cruz... Moriré por culpa de una enfermedad que comienza por la letra “i” y termina por la letra “o”, le confesó como si fuera una adivinanza que no deseaba que descubriera.
        
-Es que usted se arriesga tanto... Si usara una red...

-Pero a usted...¿Quién le mandó amarme? 

...Continuará...

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